La calma estival arrasó con las notas más graves de aquella
espantosa primavera, plagada de lluvias y de días grises, llena de tristeza
como un pantano vacío...
Todo quedó en calma, en inusitada paz... Parecía que el mundo
hubiese comenzado justo aquellos días, que el alma de las sombras hubiese
despertado de un aletargamiento circunstancial.
Un vívido silencio coronaba la paradójica representación, en
eso consistía la nueva época, en un crujir ralentizado que no terminaba de
chirriar.
Blandían las calles los edificios, salpicados de pereza y de
desolación, pero no importaba, bastaba restregarse los ojos para tomar
auténtica conciencia de lo verdaderamente observable.
Las chicharras gobernaban los minutos, las horas y las
semanas, consagrando su canto a un Dios infernal, y relamían las ilusiones de
aquellas pocas personas que todavía se atrevían a soñar. Devastadoras de Aves Fénix, mataban sin quererlo.
A lo lejos, aunque no se sepa aun bien de qué, un lugar
resplandecía. Nadie osaba acercarse. El miedo paralizaba a hombres y a mujeres,
que no eran más que simples y ensombrecidos pegotes en un punto de paso...
Algunos niños jugaban sin ganas; seguramente probaban a ser
niños... Era triste observarles, adivinar en sus miradas la pereza que les
suponía correr detrás de la pelota. Las madres, sofocadas, musitaban algo al
primer desconocido que pasaba.
Y pese a todo, incluso pese a aquel calor asfixiante, había
motivos para sentirse esperanzado... Algo empezaba a cambiar.
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