El ciclomotor echó a volar cual gaviota que de pronto decide
ir a pie por el monte. Desplegó sus alas y alzó el vuelo... Ni la espesura de
la noche, ni el frío del invierno, amansaron sus ansias... Las estrellas eran
como luces restregadas por una especie de criatura mitológica. Sonaban las
campanas, sus tañidos golpeaban contra la calma inmersa en los arrabales... Y
él lo veía, observaba, desde la altura, a sus viejos compañeros, todavía a
aquellos pequeños ciclomotores que no habían aprendido a volar. Se apiadaba del
servilismo del que él antes también pecaba, de la soledad que padecían sus
camaradas, ahí, abandonados en la calle, tal vez ajenos a la realidad que
forzosamente les constreñía. Y desde la tierra, cualquiera que mirase al cielo,
vería un cuerpo "desmundado", una cosa apartada... Un misterio
desterrado que lograba pertenecer desde la nada. Como quien muere en vida, pero
al revés. A cada instante, quedaba fascinado y sonreía. Parecía que ocultase un
dolor inmenso. Recordaba, remotamente, las carreteras, igual que un eco muy lejano y
apenas perceptible. El asfalto era distinto. Los callejones, que tantas veces había
recorrido hasta ayer, eran diferentes, como aparecidos por arte de magia tras
inspirarse un brujo en su imprecisa memoria; lugares
extraños y destartalados. Míseros retazos de una verdad reinventada. Después
quiso recorrer la luna y los demás planetas, orbitar por la galaxia como una
nave sin rumbo en medio del infinito... Posiblemente fue un suicidio
premeditado; y aun y así no le importó. Dejó una examine estela. Un vago
recuerdo unido para siempre a una noche inconcebible.
jueves, 11 de abril de 2013
domingo, 7 de abril de 2013
La Banca y el Gran Milagro del Siglo XXI
Cuando la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre comenzó a
imprimir billetes sin control hubo que tomar una medida de urgencia, el
Ministerio de Hacienda y Economía decretó repartir a cada uno de los ciudadanos
de su país la cantidad de un millón de euros. Eso sí, la aparente obra de
caridad quedaba sujeta a una condición indispensable. Cada persona que
decidiese optar al millón de euros debía permanecer sin comer hasta el momento
de su entrega.
Se decidió que en cada provincia del país una oficina de una
entidad bancaria concreta sería la encargada de repartir el dinero. Asimismo,
quedó establecido que la histórica fecha tendría lugar a partir del día uno de
agosto. Por último, y a fin de controlar el estricto cumplimiento de la
condición de no comer nada hasta poseer materialmente la suma garantizada, se
movilizaron a militares y policías de todo el territorio. Ellos, se dictaminó,
juntamente con los cajeros que dispensasen el dinero, iban a ser los únicos
que, por su labor desempeñada, no
permanecerían obligados a cumplir con lo estipulado en el Decreto del
Ministerio.
Tal y como era de esperar, el mismo día en que se dio a
conocer la extraordinaria noticia se formaron en todas las entidades bancarias
escampadas a lo largo y ancho del país colas interminables de personas
desesperadas que albergaban la esperanza de
acertar por fortuna la oficina donde iba a producirse lo que se empezó a
denominar "El Gran Milagro del Siglo XXI". Casi todo el mundo,
aprovechando que la prohibición de comer no iba a ser efectiva hasta justo entrado
el día uno, hacía cola provisto de una cantidad ingente de comida.
Sin demasiados incidentes, sobre todo en comparación a lo que
sobrevino más adelante, llegó la hora en que se dieron a conocer las cincuenta
entidades del país que iban a llevar a cabo la gesta. La migración fue un
espectáculo incomparable a nada que hubiese acontecido con anterioridad, miles
de accidentes de coche tuvieron lugar aquella jornada. Los heridos quedaron ahí,
tirados en la carretera. Nadie quería tener que permanecer varios días sin comer, se trataba de llegar a
la oficina lo antes posible. No importaba nada, la muerte era un precio justo
que algunos debían de pagar.
El país entero quedó paralizado. El hombre jamás se había
sentido más libre, más puro, más ajeno al prójimo... Las previsiones más optimistas estimaban que
la duración del acontecimiento iba a ser, al menos, de tres semanas. Los dos
primeros días transcurrieron en relativa calma. Nadie osaba hacer trampas, la
gente se sentía vigilada por los militares, no valía la pena arriesgarse y
perderlo todo. Muchos fueron los que, tras más de setenta horas de interminable
espera, perdieron el conocimiento, pero ni siquiera los familiares más directos
de los desfallecidos querían hacerse cargo de ellos. La única realidad que
contemplaba cada individuo era la de seguir avanzando en la cola, continuar
adelante, aproximarse minuto tras minuto un poco más al ansiado millón de euros.
Todo había perdido trascendencia, era como si la vida hubiese terminado, como
si el hecho de que toda la masa deseara lo mismo desfigurase las demás cosas,
también las aparentes banalidades que, en cualquier otro momento, hubiesen
hecho sonreír a más de uno. Transcurrida la primera semana, eran pocas las
personas que aun se tendían en pie, el sofocante calor del verano empeoraba
mucho las cosas. Por lo visto, no comer, no era por sí sólo una muestra
suficiente del amor al capital.
Al fin, llegó el día en que ya apenas hubo trabajo. El
veintidós de julio terminó la tragedia. Murieron muchas personas. Se computaron
en todo el país hasta quince asesinatos. Se podría afirmar, salvo porqué un
ciudadano, el último en entrar en una oficina de una provincia costera, se
quedó sin el millón de euros, que todo ocurrió según lo predicho por el
Ministerio de Hacienda y Economía. Al pobre hombre le dijeron que las
previsiones habían sido inexactas y que no tenían si quiera ni un céntimo para
darle. Sucumbió ahí mismo, delante del mostrador.
Pasaron más de dos meses, era octubre cuando ocurrió el
último incidente del que se tiene constancia relacionado con "El Gran
Milagro del Siglo XXI". Por lo visto,
Carlos, así se llamaba el hombre que se quedó sin el millón de euros, logró
ser feliz. Pese a ser la única persona pobre de todo el país, dicen, poseyó
intactas sus ganas de vivir y de seguir adelante... Un grupo de cinco
encapuchados le asesinaron.
Esta es la historia de una época que fue gris. Murieron miles
de personas, pero la banca, qué duda cabe de ello, salió victoriosa y alentada gracias
a su magnanimidad exhibida durante los veintiún días que duró aquel cínico
espectáculo.
miércoles, 3 de abril de 2013
Libertad: una utopía
Creer en la libertad es el primer paso hacia la servidumbre,
la primera gran idea que, proviniendo del exterior, empezará a expandirse hasta
envolver la esencia de todo aquello que, de otra forma, podría haber llegado a
ser algo más íntimo. Deseamos ser nosotros mismos, pero para eso tenemos que
renunciar a nuestro yo, es decir, a nuestros deseos más inconfesables, a
nuestras ansias más extravagantes... También anhelamos ser normales, y para ser
normales no podemos permitirnos tener según qué pensamientos... Alejarnos de
los convencionalismos sería como renunciar a la raza a la que pertenecemos. Tenemos
miedo a la soledad, por eso obedecemos y nos comportamos como se espera que obedezcamos
y nos comportemos... ¿Quién quiere ser un extraño en un mundo en el que se
arroja al abismo todo lo que no llega a comprenderse? El yo es un estigma que
la sociedad procura extirpar lo antes posible... El sano es el autómata, el
predecible, el que imita sin saber lo que imita, el que actúa antes de saber
nada, el que, ante la vorágine más desconcertante, se siente tranquilo e
incluso intensamente amado por el prójimo. Es normal que pensemos que somos
dueños de nuestras creencias, que somos nosotros quienes elaboramos la forma de
nuestros ideales, y es que ya no somos capaces de ver las fuerzas externas que
nos inclinan, nunca mejor dicho, a razonar de una u otra manera... El poder se
vuelve invisible cuando actúa prematuramente... Sólo en los niños detectamos de
vez en cuando una mirada genuina aun capaz de sorprendernos por su misteriosa
singularidad, de tal modo que los más pequeños parecen ser los únicos que hacen
frente a ciertos dictámenes sociales que, por uno u otro motivo, no terminan de
arraigar en ellos. Nos hallamos en un estado problemático, en un punto en el
que las incoherencias se suman unas a otras y en donde cada intento por escapar
del absurdo se convierte en un paso al hundimiento definitivo de nuestra
auténtica manera de ser. Y es que, y en este punto radica el drama, para poder
pertenecer a algo debemos dejar de pertenecernos a nosotros mismos, debemos
abandonarnos para siempre, en definitiva, debemos renunciar a superar toda
trascendencia si queremos acoplarnos a la incesante marcha del "homus
imitacus". Son varios los focos de
poder que ahogan cualquier mínima esperanza de conquistar el gozo de
descubrirse a sí mismo. La política, los medios de comunicación, la escuela, la
psiquiatría, la iglesia, la ciencia... y en general, todas aquellas
instituciones que son poseedoras del conocimiento y que a su vez se les ha
encomendado transmitirlo, son las que fomentan el objeto de la discusión
planteada. Para el psiquiatra, por ejemplo, quien no actúa con normalidad es un
neurótico, para la Iglesia, quien no cree en Dios es un descarriado... El
conocimiento, vemos, no se manifiesta como un cuerpo indivisible que da cuenta
de lo que se idea o se plantea en el mundo, sin más, sino como un
"fragmentador" de la unicidad que lo único que propicia es la
necesidad de adhesión a fin de formar parte de alguna cosa. Nada es tan terrible como tomar
conciencia de que ya no hay vuelta atrás. Alejados de la temida soledad,
podríamos cuestionarnos, ¿quién me ampara ahora?, ¿en que me diferencio de los
demás? Y encontraríamos, probablemente, alguna respuesta, lo que no es tan claro es el motivo por el
que nos iba a satisfacer la misma: ¿bien por ser quienes somos, bien por haber
acatado los mandamientos que inundan a nuestros sentidos nada más comenzar a
participar en este carnaval que es la vida que vivimos?
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