René deseaba escapar de la estancia, salir de una vez de
entre aquellas cuatro paredes. La habitación era pequeña, minúscula en
comparación a las habitaciones en que él estaba acostumbrado a morar. Unas
sábanas mugrientas cubrían el colchón, tan raído, que resultaba penoso imaginar meramente tener que dormir ahí. Se
respiraba un olor nauseabundo, la suciedad alcanzaba a todos los rincones. El
sitio era inmundo, indecente, nada
habría valido la pena salvar de haber acontecido un inesperado
cataclismo.
René no recordaba como había llegado a tan cochambroso lugar,
la grasa se escurría por las paredes, ¿cuánto tiempo haría que nadie limpiaba
en la habitación? años probablemente, el aire era infecto, de tal manera que
respirar resultaba una experiencia cercana a la agonía... El suelo, mullido por
los restos de comida, envoltorios, líquidos desparramados y colillas de cigarros, era lo más asqueroso de
todo, al pisar parecía que caminases por un vertedero, o peor aun, porque un
vertedero al menos responde a su naturaleza funcional, lo cual,
indiscutiblemente, suaviza la indecencia
a la que está expuesto. En la estancia era distinto, pensar que uno tenía que
permanecer ahí, habitar ese lugar como otros habitan su casa, convertía aquel
espacio en una especie de sala del olvido relegada a la mera acumulación de
residuos malolientes...
Las cucarachas salían de todos sitios, con tan solo dar un
paso escapaban despavoridas, incluso por las paredes caminaban algunas... ¿Por
qué no había ninguna puerta?, ¿por qué no era posible escapar? René no
comprendía nada, él siempre había sido una persona limpia, alguien, incluso,
especialmente preocupado por la higiene... ¿Un castigo?, ¿de quién?
Al tercer día, René quiso rememorar, hallar la verdad,
descubrir a través de su entendimiento qué era lo que estaba sucediendo ahí.
Empezó a descartar absurdas hipótesis, como por ejemplo que estuviera preso en
una cárcel: él siempre se había considerado a sí mismo una buena persona,
alguien que procuraba por los demás y a quien la más trivial de las desgracias,
tanto propia como ajena, le conmovía al punto de perturbar severamente su
sosiego espiritual. ¡La locura!, tal vez se hubiese vuelto loco y nada de lo
que le parecía vivir lo estuviese viviendo en realidad, pero eso tampoco le resultaba demasiado plausible, René siempre había sido una persona sensata, cuerda, es decir, en
sus plenos cabales, ¿a santo de qué la locura le habría estocado a él? Ninguna
explicación satisfacía su intento por hallar la verdad... Tras varios días,
cabe decirlo, sin comer y solamente bebiendo los restos de agua que quedaban en
algunos de los envases esparcidos por el suelo de la habitación, concluyó que
nada era capaz de explicar aquello, que no era posible a través de su ingenio racionalizar
lo que estaba por encima de la razón...
Se quedó solo, desnudo, con la única certeza de su existencia... Él era
capaz de sentir, eso sí, pero no podía
afirmar nada más, si quiera, que el olor que él percibía, fuera un olor real...
¿Y si soñaba?, ¿y si la vida aun no había comenzado?