Hoy creo en mí porque no
puedo creer en nada más, porque me doy cuenta de que las verdades no pueden
permanecer escondidas o fingir que son otra cosa, algo distinto a lo que
cualquiera, sin dudarlo, afirmaría que es una pura tautología. Creo en mí
porqué soy vida, un cuerpo que existe y que, como otros cuerpos, a la noche,
cuando todo está oscuro, cae a veces derrotado y se hunde en un estado de ánimo
confuso y próximo a la desesperación. ¿Quién es ese, si no soy yo? Podría ser
que fuese todos a la vez, que mis
ansias no fueran más que las ansias de una humanidad que clama contra la
injusticia, que por mis venas recorriese la sangre de mis ancestros y de mis
descendientes... podría ser que mi identidad fuera tan maleable como una capa
de oro bordada cuya inscripción anunciase mi siguiente metamorfosis. Y seguiría
siendo yo, y mi universo empequeñecería si yo de repente decidiese convertirme en
un gigante, y mi alma sería un caos tan terrible y tan hermoso que quizás
tuviera que incendiarla, y la hoguera sería mi esencia, la última palabra
pronunciada por mis cenicientos labios. Después todo seguiría igual, otra
verdad miraría de anteponerse y de aliviar el dolor que la pereza diurna
infunde sobre las cosas, y también sobre los hombres. El bochorno, el paisaje
infinito, las chicharras... todo lamería lujuriosamente la inocencia del que aun no sabe en qué creer, procurando, casi
con toda probabilidad, destronar a su ímpetu y a su coraje, como si bastara con
que la naturaleza se confabulase para marchitar la vida que aun tuviese que
nacer. Hoy creo en mí porque cada pálpito que siento me recuerda la fragilidad
de la que estoy hecho... Me doy cuenta de que solo soy alguien más en un mundo
de "alguienes" anónimos que
se preguntan lo mismo que yo. ¿Dónde? ante un mar de plata. El oleaje son finas
láminas de vidrio que ascienden hacia el cielo, como si un espejo milenario de
pronto se fuese alzando ante la nada. Uno ve ahí, por un instante, su rostro
reflejado, absorta su mirada en un vacío insondable... y más tarde se
descompone, sucumben las olas y con ellas todo lo demás. Soy un hombre abocado
a disfrazarse y también dispuesto a trasquilar su piel en beneficio del decoro.
Y tras la carne habrá ausencia, y silencio, y un rumor tan salvaje que ya nadie
recordará lo que había antes, si era blanco o si era negro, o si mi piel era de
un color tan extraño que ni siquiera parecía la de un hombre... Nadie
sabrá como me llamo. Tal vez hasta yo lo olvidaré. La verdad debe ser simple, desnuda,
esencial, tan lánguida que el soplo de un grillo lograse derribarla.