Al mirar al horizonte parecía como si se pudiese caminar por
el cielo o como si se pudiese volar por el mar, los diferentes azules confluían
justo ahí, en un punto determinado y muy lejano de todo lo visible en un día
radiante con suficiente luz para iluminar toda la oscuridad del infinito. La
lontananza era una raya tan larga, tan inabarcable a primera vista, tan
trágicamente eterna, que le concedía ese aura de magnificencia que tal vez
solamente la luz crepuscular irradiada en el cielo de un bello, triste y
decadente atardecer podría parcialmente llegar a interponerse a su belleza,
justo como lo haría un diamante a
la juventud perecedera. No se oía más
que el rumor de las olas, al mar batiendo su cólera contra las rocas de un
acantilado. El resto era un silencio, un cautivador silencio que a uno le hechizaba
nada más escucharlo. Era un silencio que tenía que oírse. Cuando algo es
perfecto tiende a ser lo contrario de lo que su naturaleza le exige. Se oía,
pues, por cada rincón, por cada tramo que uno afinase el oído, aquel arpegio
maravilloso que sonaba como una música celestial tocada por el mayor virtuoso
entre los Dioses de los Dioses. El viento soplaba con fuerza, con tanto ahínco
que se veían volando, porque habían sido arrancadas, algunas copas de sus
árboles. Las farolas trazaban en el camino una temblorosa luz que al llegar a
la altura de los cedrales parecía que los lamiese en un acto de exacerbada
concupiscencia. Eran, también, perfectas las farolas, por eso iluminaban en un
día claro como aquel. La vida, reconcentrada en un puño, a punto de ser arrojada
y sumida al olvido, perdía poco a poco, lacónicamente, cada una de las realidades
que la conformaban. Las estrellas, las montañas, la sal de los cuerpos...Todo
se iba pareciendo cada vez más a un sueño embriagador, a una especie de locura soñada
por algún tipo de ser proveído de una sensibilidad especial. Nadie más podría
haber imaginado la sombra de una gaviota en forma de caballito de mar, lo
absurdo afloraba a cada paso, el sinsentido lo envolvía todo, dejando el
sentido al desnudo en medio de un erial tan salvaje que solo la pavesa de un
fuego apacible y renovador le hubiese salvado de convertirse en mera y pobre
tierra baldía, como así fue, como así dejo constancia que fue justo antes de
que un gallo cacarease al deslumbrarle el primer rayo de sol.
miércoles, 14 de mayo de 2014
jueves, 8 de mayo de 2014
Nuevo mundo
El primer día las cosas y la vida dejaron de ser cosas y de
ser vida, perdieron sus contornos y sus formas así como cada una de las líneas
que las componían, de manera que ya no era posible distinguir nada. Las volutas
del humo parecían etéreas mariposas y los ceniceros turbios urinarios de un
antro cualquiera. Fue como si de pronto todas las cosas se desprendiesen de su
esencia, de aquello que, a la postre, las permitía seguir siendo algo. El nuevo
mundo, pues, comenzó así: desdibujándose todo lo que tanto al hombre le había
costado aprender. Lo sucedido fue una especie de regreso al origen, como si un
compás llevado por una mano invisible trazase en un instante una minúscula
circunferencia. Nadie se sorprendió, todo ocurrió con sorprendente naturalidad,
de la misma forma que amanece cada mañana o que los gallos cacarean con el
primer rayo del sol. En consecuencia, el lenguaje fue progresivamente
careciendo cada vez más de sentido, ya no era posible hablar en rigor de un
árbol o de un mero coche, pero es que pronto fue imposible hablar de
absolutamente nada. Todo tenía que volverse a inventar, la tierra se convirtió
en un planeta virgen en el que hasta un escarabajo, o mejor dicho, lo que anteriormente
se conocía como a un escarabajo, podía erigirse el amo del mundo. Nadie aquéllas
primeras horas se atrevió a emitir el más ínfimo de los sonidos.
Al segundo día brotaron de la tierra, en vez de plantas, las
llamas de un incendio terriblemente devastador, como si Dios, o quien fuese el
pirómano causante de aquel fuego terminal, desease acabar con los restos de
conciencia que todavía impregnaban algunos lugares del mundo. El alma, dicen,
es eterna, tal vez la mayor invención creada por el hombre, una patraña, la
excusa perfecta para contener el pecado mediante la promesa, tras la muerte, de
un doloroso castigo. Y qué absurdo es eso, ¡temer a lo que vendrá tras
convertirnos en nada! El vacío, eso es lo que vendrá, un infinito vacío que jamás veremos ni jamás podremos recordar. La
vida, en vez de extinguirse, en vez de palidecer y de abandonar ante la iniquidad
fraguada, se convirtió en algo distinto, porque la muerte ya no tuvo lugar. Las
llamas, lejos de calcinar al hombre, lo atravesaban sin más, igual que el león
cuando salta y pasa a través del aro en un circo. El calor se hizo
insoportable, el fuego lo abrasaba todo, pero en el fondo el tiempo seguía
pasando igual que antes, ausentes los minutos y los segundos del drama
escenificado, ¿se puede decir que algo ocurre si sucede al margen del tiempo?
Nunca antes se había visto algo parecido.
Al tercer día las personas despertaron de su letargo y
despavoridas salieron a la calle y empezaron a correr sin saber ni a donde ni
el porqué. Corrían seguramente por hacer algo, quizás por dar los primeros
pasos sobre el suelo de un nuevo mundo. Tenían aquellos hombres la oportunidad
de ser libres, eran ignorantes y eso les convertía en afortunados, podían hacer
lo primero que les pasase por la cabeza sin pensar en sus consecuencias. ¡Las
consecuencias todavía no existían!
La vida fue hermosa al cuarto día y también en los sucesivos
hasta que, al cabo, las cosas empezaron a cambiar. La libertad es un tesoro
envenenado que nos lleva a la esclavitud, ser libres y racionales nos condena a
la servidumbre, a la necesidad de hacer algo que no queremos por obtener algo
que no deseamos. La libertad es un impulso, nada más, y los impulsos los
detienen las leyes. Pronto empezaron a dictarse códigos de comportamiento y se
eligieron a ediles que guiaran al pueblo ahí donde fuese. Tememos el caos
porque el caos no es racional. Amamos tanto a nuestra inteligencia que, por complacerla,
somos capaces de arrojarnos al abismo.
Pasaron casi mil años y ya casi nadie recordaba aquel día en
que todo comenzó de nuevo, casi nadie sabía la historia de un incendio cuyas llamas
atravesaban a los hombres ni de un mundo en que las mariposas y los ceniceros
diluían sus líneas para convertirse en una misma cosa. Solamente algunos se
daban cuenta de lo que verdaderamente ocurría. De nuevo, volvían a caer en la
misma trampa, la vida se convertía otra vez en la misma miseria, en la misma
decadencia de la que ya provenía… No era
necesario reseñarlo. ¿Para qué? Hiciesen lo que hiciesen estaban perdidos. La
misma historia se repetiría una y otra vez.
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