martes, 18 de marzo de 2014

Retazos

Una sombra, una esperanza,
un agravio en mitad de la noche,
entre varios hombres
seguramente ausentes, tan vacíos
que el hueco se hizo infinito.
La verdad era otra cosa,
velada por un cristal opalino de color azul...
engañaba a sus sentidos,
a su inocencia, aun tierna,
blanda, casi frondosa.
Por su espalda se deslizaba la aurora,
pero no era la aurora,
era la noche en una noche de carnaval.

Se agrupan los sonidos, a veces
los sonidos tienden a agruparse,
a ser más así...
sonando al unísono,
flotando en el aire como flota la vida que es invisible,
o la que es insensible, la que no respira,
la que se halla muerta,
desterrada.
Y entonces: ¡Ding, Dong!
Algo sucede... y en verdad, ¿sucede algo?
la magia es eso: un suspiro tras el último aliento
¡Ding, Dong!
Es de noche, hace frío...
y parece que pronto lloverá,
que las gotas de lluvia mojarán el suelo,
y seguramente tus pies.
Tú, que andas, sin saber donde,
que hablas sin saber de qué,
que vives: ¿realmente vives?
¡Ding Dong!

Podemos acariciarnos si lo quieres,
sentirnos presos de lo que dicen que es el deseo,
Podemos herir nuestras pieles, hacernos temblar...
Podemos abrasar nuestro instinto y
quemar nuestras labios y arder después,
como vástagos de un nuevo mundo.
Y si te arrepientes, te seguiré besando,
y te seguiré queriendo aun en un sueño medio roto,
y en el confín de mi recuerdo te seguiré amando.
Porque quien ama, ¿puede tal vez dejar de amar?

Y tras todo, se verá  la nada,
la soledad amarga,
desolada, triste, tan sola...
A un lado, la sombra, y al otro, quizás tú...
Vendrán otros tiempos:
La escarcha, la rabia, la
locura innenarrable que supone el tedio,
el tiempo inescrutable,
igual que tu mirada,
igual que unos versos que trizasen el papel,
como si la sangre del monstruo de Frankenstein no fuese sangre,
 sino tinta,
la tinta de un extraño poema.
Así te amo... sin compasión.

Creo que eso es todo,
que un incendio devora en este instante la misma noche,
que una nota de mimbre se escapa ahora de un viejo laúd,
que tu alma me dice, bajito:
La poesía es una flor en una cueva,
tan extraña y tan ajena,
que quien la encuentra abandona, quizás,
para siempre.



lunes, 17 de marzo de 2014

Una felicidad perfecta

Ella jamás le vio en persona, apenas recordaba su nombre pero en cambio estaba enamorada de él... No podía asegurar por qué red se habían conocido, ni si le había dicho si tenía treinta o treinta y cinco años. Sin embargo hablaban cada día, a diario se comunicaban mediante una aplicación de mensajería instantánea y también se veían por la cámara web. Pronto surgió entre ellos el idilio y las ganas de celebrar una ciber boda por todo lo alto. Ella se imaginaba durmiendo a su lado, recostada sobre su pecho... Le gustaba leer acerca de historias de amor tal y como eran cien años atrás... ¡Qué tiempos! - pensaba- Añoraba un siglo en que la vida era algo más que aquello, en que los cuerpos anhelaban estrecharse con fuerza, apretarse impunemente provocando uno el dolor del otro. Ahora era distinto. Su madre podía ser cualquiera, y ese hombre, el hombre al que amaba con todo su instinto, al que le contestaba efusivamente con mensajes de amor - en realidad, de lo que le habían enseñado que era el amor- , podía ser incluso su hermano. Todo, por tanto, rebosaba de una normalidad supina, como si nada ni nadie pudiese desterrar aquella lenta cadencia que impregnaba cada latido de cada hombre recluido en su soledad. Junto a la fotografía que usaba en la aplicación, donde debía indicar su estado, escribió un resumen de lo que creía que era su vida: una felicidad perfecta.