Las palabras a veces son
parecidas a las figuritas de porcelana, apenas se escurren entre dos manos y se
hacen mil pedazos; de esta manera la forma adquiere otra dimensión, se
convierte en algo distinto. Su sentido
se curva y se transforma en lo opuesto a lo que originariamente quería (o
podía) ser. No existe un significado incorruptible, todo tiende a la confusión,
a un estado ambiguo sobre el que descansa el orden antes de ser arrojado al
mundo... Es por este motivo que las personas no logramos comprendernos, que el
diálogo es solo aquello que parece cuando dos seres hablan aunque no sepan muy
bien sobre qué... No espero, por tanto,
ser yo inteligible, no espero que nadie extraiga ninguna conclusión de estas
líneas, tal vez, la mejor de ellas sea la siguiente: "El lobo es una
especie en extinción", o quizás
esta otra: "es en la cima ahí donde algunos héroes se atreven a
llorar" El hombre inventó el lenguaje solo para poder decir que inventó
una broma (tan inmensa y tan salvaje que
ya nadie puede dejar de creer en ella) ¿Podemos imaginar que el payaso no es
payaso en su casa?, ¿no preferimos acaso creer que ese mundo farandulero y
lleno de alegría es la vida en su esplendor? Por la noche el esoterismo envuelve
a lo mundano, y lo mismo sucede entre el sinsentido y el lenguaje. Parecemos
ebrios y en verdad queremos parecer sensatos, tan cuerdos que hasta creemos
conveniente fingir algo de locura, soltar un: "mademoiselle, personnes et
sommeil", luego sonreímos y estocamos la velada con una fuerte, estridente
y en el fondo amarga risotada. No existe la tregua en esta manera de pensar...
Doblegaremos el alma un poco, pera ya está, el alma no discurre, a lo sumo
siente, esto es todo. Las palabras son como las bóvedas de las catedrales, tan
solemnes y tan majestuosas que su ego se agiganta cuando alguien las oye o
cuando al fin logran colapsar las
neuronas en su vano intento de ordenar el caos. Nada es tan sencillo, las
máscaras, por ejemplo, no se ponen, es decir, se pueden poner, pero también se
pueden colar, o pueden afrentarse, o pueden morir a la orilla del río, o todo a
la vez. Hoy he soñado que alguien me entendía, pero en verdad era yo que
hablaba para mis adentros, tan flojo y tan despacio que creí que iba a morirme.
viernes, 31 de enero de 2014
lunes, 6 de enero de 2014
Un día
Caen despacio, sin conciencia, sin orden... Caen sin caer, sino
más bien como aquel que desciende al abismo; sin quererlo, se inclinan si una
corriente intenta pronunciarlas... y más tarde se escucha el sonido de la
ausencia, de aquella fina gota de lluvia que rompe su agua contra el agua de un
charco. Y la última noche ilumina la liturgia, la infinita depravación de una
naturaleza desalmada, de un sueño tan hermoso que hasta parece que se diluya y
que se esparza entre los resquicios de una nada inconquistable. Se esconden las
sombras, o más bien huyen, recelan del
amargo sabor en que la noche las constriñe y se amparan entonces bajo la luz de
un farol, ahí donde el mundo parece otro y donde los duendes, en forma de
insectos que vuelan, traman la historia
de un nuevo universo. Se ven enanas las estrellas, o tal vez somos
nosotros los que nos vemos tan pequeños, tan en medio de un espacio tan inmenso
que en el fondo, un infierno, quizás no sea más que una hoguera apunto de
extinguirse. Parece que hoy no hay nadie, que la lluvia haya deshecho a una
humanidad de barro. Y es que aquí el hombre no es más que una mentira, una mera
e insólita construcción, tan artificial e improbable como lo es un edificio, un
zapato o incluso el reflejo de una moneda en un espejo milenario. Somos un
recuerdo que se parece al olvido; no dejamos huella sino restos cósmicos, como
antes que nosotros estuviésemos. Se
halla el hombre tan muerto como la mayoría de las cosas intrascendentes... Sigue
la rutina, las mismas cosas continúan siendo de la misma manera, sin atisbo de
un fraude que nos prometa algo más, ni de un fraude, ni de nada. Las mismas
constelaciones adornan el mismo cielo el mismo día. ¿Acaso el tiempo existe? Caen
despacio las últimas gotas de lluvia, pero no las vemos, estamos ciegos y
sordos y mudos y apenas sentimos que un hilo nos moja la cara mientras se
escurre sinuoso por nuestra pálida mejilla. O es la lluvia o es una lágrima que
nunca sabremos que un día la lloramos.
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