jueves, 24 de abril de 2014

Canto a un USB

Tienes forma de hombre pero eres un simple USB. Pese a tu forma de hombre no eres más que eso, un simple y mero USB. Me pregunto si algún día podrás plantearte algo parecido sobre mí, si llegará el día en el que tú u otros como tú os cuestionéis sobre nuestra supuesta complejidad, y digo supuesta, perdona, porque todavía no se ha demostrado que podamos ser mucho más que seres pensantes que no atinan en pensar bien.


Pero volvamos a hablar de ti, de ese color granate que, me consta perfectamente, paseas por tantos y tantos puertos, de esos ojitos diminutos y cuadrados que sé muy bien que no miran, que ni siquiera atisban, ¡pero si no son ni ojos!  Probablemente detrás de ellos solo haya un circuito incapaz de sentir la más vaga de las sensaciones. ¿Te voy a culpar por ello?, no querido, no puedo menospreciarte por ser ajeno a tu vida, al fin y al cabo, ¿no lo somos todos, ajenos a nuestras vidas?

¿Sabes?, siempre me ha gustado la antropología, pienso a menudo en aquello que nos hace distintos a unos hombres de otros, y todavía no sé lo que es, no acierto a determinar cuál es la  razón que justifica el eterno debate sobre la diversidad y otras pamplinas, permíteme que lo diga así, de forma tan basta.  En mi opinión la naturaleza no es problemática, no encierra nada porque sencillamente es lo que es, lo demás son conjeturas, explicaciones que sí, es cierto, podrán dar cuenta de mucho, o tal vez de nada, ¿pero vale la pena seguir por ese camino?

Qué vas a responderme tú, que no tienes ni boca... Por otro lado,  eres capaz de almacenar y de disponer de mucha más información que yo... Te confieso que apenas he sido capaz de aprenderme a lo largo de la vida tres o cuatro poemas de poco más de veinte versos. Mi memoria se desvanece cada mañana, cuando despierto y me doy cuenta que ya no recuerdo ni quien era ayer. A vosotros, lo sé, no os pasa lo mismo, estáis programados, no podéis ser menos de lo que simplemente sois, pero quizá algún día las cosas cambien y os hagáis con el mando de la situación. Entonces os compadeceré. Pensándolo bien, preferiría que fueseis vosotros quienes nos gobernaseis, que fueses tú, concretamente, quien, en el más sepulcral de los silencios decretases leyes y guiases al mundo a otro sitio, da igual, a cualquier otro sitio distinto al que ahora nos dirigimos.  Os cambiaría sin pensarlo por todos aquellos que ostentan actualmente cargos de poder. El poder enturbia la razón, y por suerte, tú, todavía no la posees.

A veces me siento triste, pero supongo que, el que te diga esto, para ti, es lo mismo que para mí cuando me dices que a veces te sientes 1, ¿qué sentido tiene que hablemos? Tu lenguaje es distinto, desciende del mío, pero paradójicamente soy incapaz de descifrarlo, me siento como un imbécil cuando tras concederme una tarde de provechoso trabajo me doy cuenta que ni nos conocemos.

Te voy a llamar César, ¿te gusta?, ya me lo dirás en un futuro, cuando en vez de montañas y de mares tengamos infinitos pulsadores que camuflarán ingentes circuitos de un mundo enteramente computarizado, cuando en vez de la corteza, del manto y del núcleo de la tierra quepa hablar más bien de su sistema operativo y de su última actualización. El mudo, créeme, será eso, el más increíble ordenador que jamás el hombre haya conocido.


Te dejo ahí, César, ¡qué ilusión me hace pronunciar tu nombre!, que sigas sosteniendo sobre tu testa esa especie de cuadrado que tan bien te sienta, como si fuese un sombrero a la última moda que impidiese que de tu cabezita se escapasen tus más descabelladas ideas. 

martes, 15 de abril de 2014

Un vistazo desde el alma

Me miras sonriendo, eras un poco más joven, pero si te digo la verdad casi no has cambiado nada. Continúas teniendo la misma mirada, tan clara que uno piensa que nada malo pudiese salir de esos ojitos, de esas estrellas que tanto brillan cuando te ríes.

Estás sentada sobre una piedra abandonada entre arbustos. ¡Cuánta vegetación!, parece que estés en el cielo de los bosques, esperando tal vez que algo ocurra, o aun mejor, quizás no esperas nada, sonríes y eso es todo. Las cosas siempre deberían ser así, tan simples como parecen. ¿No crees que no vale la pena complicarse tanto cuando tenemos en nuestras manos hacerlo fácil?

Llevabas un peinado distinto, casi no me acuerdo de cuando te hacías la raya en medio y te caían esos dos mechones a cada lado de la cara; te concedían a la expresión un aire juvenil, como de niña que todavía sabe que no es mujer y que aun puede jugar con su expresión sin importarle los prejuicios ni la insensatez que nos gobierna a menudo a los adultos. Creo que ese día hacía un poco de viento, pero quizás me equivoco. Me fijo en alguno de tus cabellos y me da la sensación de que están en otro sitio, como si el aire los hubiese recolocado ahí, tratando seguramente de  hacer brotar la espontaneidad, de estrujar hasta la última gota de vida al instante.

Tienes las piernas cruzadas, ¿Cómo es eso?, nunca te ha gustado estar con las piernas cruzadas, siempre me has dicho que eso es lo peor, que no es bueno para las rodillas, que es una posición incómoda y no sé cuantas cosas más. Para ti no hay nada peor en el mundo que aquello sobre lo que en un momento determinado hablas de manera subversiva. ¡Eres adorablemente exagerada!

Te quiero, pero eso no tiene ningún mérito, créeme. Lo difícil, lo realmente encomiable, sería no quererte, claro, si es que, como dicen, en lo imposible se encuentra el mérito. Yo lo dudo, opino que la esperanza se halla en que un día podamos bucear en lo trivial y sentir que hemos vencido nuestros miedos, en que no temamos gritar bien alto que somos felices por tener poco, por no haber recorrido mundo, por apenas tener un piso pequeñito donde sí cabemos nosotros pero en cambio, nuestros recuerdos, como el excesivo aire en un globo, puede que casi derriben las paredes. La esperanza, como te digo, se halla ahí, si a cambio, por supuesto, aprendemos a valorar lo esencial, es decir, si comprendemos que el amor es lo único que mueve al mundo, ¿no te parece?

Te sigo mirando, no te creas que no. Te tengo justo enfrente. Tienes los brazos caídos, en reposo, como si la gravedad los atrajese especialmente a ellos mientras el resto permanece inmutable a cualquier ley. Tus manos parecen más lánguidas, y también más blancas, de una fragilidad seguramente propia de la inexperiencia. El tiempo nos hace más fuertes. Ahora que caigo, ¿no fue aquel el verano en que te pusiste tan morena? no lo sé, los recuerdos se agolpan en mi cabeza y la verdad es que, como bien sabes, nunca he sido capaz de distinguir nada en el tiempo, para mí fue ayer cuando salté contigo en brazos un charco y nos caímos los dos al suelo... ¿cuánto hará de aquello?

Veo también una botellita de agua, creo que está vacía, a menudo llevas contigo una botella de agua. Siempre me ofreces, me dices que es muy importante hidratarse, y yo, de primeras, te contesto que no quiero, pero luego vuelves a preguntarme - ¿seguro?-, y yo cedo, me das la botella y bebo uno o dos tragos. Reconozco que, aunque sea un tozudo y me cueste admitirlo, tienes razón en muchas de las cosas que me dices. ¿Por qué me gustará tanto llevarte la contraria?  


No hace falta que siga mirando a la fotografía, me la sé de memoria, además, te veo aunque no te mire. Amor, podría verte aunque dejase de ser yo, aunque ahora mismo dejase de respirar. Porque a los seres que se quieren, cielo, se les ve con el alma y no con los ojos.

lunes, 14 de abril de 2014

Ni tiempo ni distancia


La distancia no es un motivo por el que las cosas puedan llegar a cambiar realmente, ni tan siquiera una excusa que pueda usarse ante la confusión que causa siempre lo novedoso. En el fondo, la distancia no es nada, solamente un poco más de lo que habitualmente nos separa, una grieta ensanchada que tiende algunas veces a operar en nuestra memoria. Sin quererlo, entonces, recordamos, nos vemos jóvenes cuando por error, distracción, o simple nostalgia ataviada con un manto negro, de una tela extraña, rememoramos aquél que éramos una o dos semanas atrás, apenas cuando la herida que nos hicimos mientras cortábamos una rebanada de pan empezaba a cicatrizar. ¡Como si pudiésemos envejecer tanto en unos días! !como si el climaterio pudiese llegar de repente y mermar de golpe todas nuestras condiciones!... Parece mentira, pero algunos sienten que en unas horas les resulta más difícil respirar el aire. Son ellos quienes se convierten en siervos de su contradictoria insurrección, quienes son impulsados a la desidia, quienes, a la postre, no pueden verlo todo como un continuo sino como un camino eterno de infinitas rocas arrojadas al océano...¿Qué sentido tiene fragmentar lo que no es más que una misma cosa?, ¿Por qué nos empeñamos en  lo contrario si el contrario de lo contrario es siempre la opción más simple? Creemos ver en lo irreversible la prueba definitiva del paso del tiempo igual que vemos en la ausencia la última evidencia de la distancia; que absurdo. ¿Acaso cuando en un día ventoso el oleaje rompe con fuerza contra las rocas sobre las que se alza una valla que separa dos fronteras, no escampa su espuma en todas direcciones? y en el fondo, ¿no somos lo mismo nosotros...? Si miro a mi derecha veo a través de la ventana a las gaviotas, aquí forman parte del paisaje, son uves que vuelan en círculo. Majestuosas, se inclinan y descienden un poco. Casi empiezo a distinguirlas, puedo mirarlas durante largo tiempo, quedarme ahí, frente al cristal, embobado, esperando a que no termine nunca el espectáculo... Rara vez aletean, quizás es por eso que me fascinan, porque vuelan sin volar, como si llevasen dentro suyo un motor que las sostuviera en el aire y también las propulsase. Los días son hermosos, grises pero de una belleza inenarrable. La neblina desdibuja las montañas, concediendo a la bahía el color del espejismo... parece, por las mañanas, al despertar, que siga el mismo sueño de la noche.  Todo permanece exánime (si lo exánime, claro, puede permanecer), parecido a lo que esperaríamos encontrar si llegásemos al interior de nuestro ser. Pero lo que digo son solo palabras, nada que tenga en verdad algo que ver con lo que son las formas, las tonalidades, el olor, los vestigios de un lugar, las palabras sirven para crear un universo pero no para trasladarnos a  él. Jamás podré andar por Macondo. 

Y aun así a veces pienso en ellos; sigo estando en el mismo sitio donde me vieron por última vez. No se puede morir sin morir de verdad... Yo les veo a menudo, y les hablo, les hablo igual que un loco hablaría a su sombra, pero yo no estoy loco, yo les hablo porque sé que me escuchan, que el alma de las cosas es lo que en verdad perdura, y que eso no se disipa ni tras la niebla ni tras la nada. Ruge el viento, tan fuerte que lo arrastra todo a su soplo, la ropa tendida de la casa de enfrente parece que corra despavorida intentando escapar de algo o de alguien. Yo sigo aquí, sentado en la silla de mi escritorio, aun un poco abochornado, absorto por la inconsistencia, por la fragilidad de cada pensamiento que pasa ahora por mi cabeza. Escribo, releo lo que escribo y me pregunto: ¿tiene algún sentido? qué más da, prefiero no responder a eso, seguir en la duda... de todas formas, mañana será el mismo día.