Quiero contarte como me
siento, o incluso un poco más, quiero que sientas mi piel, que puedas, casi, hasta
ver lo que yo veo, y escuchar el silencio que a cada instante, que a cada
milésima de segundo que pasa, sacude a mi alma solitaria. Quiero que te
conviertas en mí, que puedas deslizar tus manos sobre el vacío y que su tacto, parecido
al de las alas de una colosal mariposa, te recuerde al sabor de mi aliento, al
perfume de una noche cuando, triste y tonto y apenas alumbrado por una luz que
ni existe , la miro lánguidamente tras el cristal. Y quiero que escribas lo que
yo escribo, y que los dos nos dejemos de ridiculeces; ¿aunque acaso no es todo
una espantosa ridiculez? Quiero que seamos la misma naturaleza, que cuando yo
mire a las estrellas tus ojos se inunden del color del cielo a la medianoche,
que es el color de mis pasos -o tal vez de los nuestros- cuando intento avanzar
y no avanzo. El mundo se hace muy pequeño, ¿no crees?, muy pequeño, tan pequeño
que a menudo sus versos chorrean por el borde. Después llueve mansamente, como
mansa es la poesía. ¡Estamos vivos!
Punto Muerto
"In Initium verbum erat"... Hay que seguir con la palabra.
martes, 4 de noviembre de 2014
viernes, 19 de septiembre de 2014
Con o sin cerebro
Juan se
levantaba cada día a las siete de la mañana para ir a trabajar. Llegaba a casa
a las ocho de la noche. Cenaba, miraba un poco la televisión y, cuando dos
bostezos se unían en un lapso de tiempo inferior a medio minuto, entonces se
iba a la cama a dormir. Un día de esos, fatigosos, en los que Juan pensaba que
el resto de su vida sería igual, sucedió, al llegar a su casa, algo realmente
extraordinario
Sentado en el
sofá de su salón, tan tranquilamente, se hallaba sentado un tipo enjuto que
fumaba un cigarro como si tal cosa.
- ¿Quién es
usted? - le preguntó Juan alarmado
- Lo primero,
buenas noches. Lo segundo, puedes tutearme. Lo tercero, la pregunta que quieres
formularme no es exactamente esa, vamos, prueba de nuevo, puedes hacerlo mucho
mejor.
Juan, entre incrédulo y despavorido, se sacó el móvil del bolsillo de su tejano y se dispuso a llamar a la policía
- Detente - le dijo el hombre misterioso
Y Juan se
detuvo, o más bien quedó paralizado.
- Te voy a
arrebatar los sesos, vamos, que te voy a idiotizar para el resto de tus días.
No te preocupes, no te haré daño, solamente será necesaria una pequeña incisión
en la parte del lóbulo occipital, pequeñísima, para tu tranquilidad. Imagínate,
¡qué manera de ridiculizar a Descartes! Con toda probabilidad seguirás
existiendo y en cambio, no podrás pensar. Serás historia viva, un hito para la
ciencia moderna.
Juan, muy
asustado, se frotó los ojos para ver si aquello
se trataba de un sueño, o más bien de una pesadilla, pero no, el tipo enjuto seguía
ahí, formando volutas de humo con el tabaco a la par que soltando, sin ton ni son, las más disparatadas incoherencias.
- ¡Le pido
que se vaya y que me deje tranquilo!
- De acuerdo,
no te haré esperar más. Túmbate sobre la mesa, por favor.
Juan, de
nuevo, como incitado por una voluntad ajena a la suya, obedeció y se tumbó en
la mesa. Nada de aquello tenía ningún sentido. El día había transcurrido como
cualquier otro. Tal vez en el trabajo se había pasado más rato de la cuenta leyendo
por internet la prensa deportiva, ¿pero acaso eso era un motivo de algo? No, aquello
no era ningún motivo racional de nada, aquello no podía trascender más allá de
lo estrictamente laboral. Pero en cambio, qué absurdo era todo, se encontraba
en casa, muerto de miedo y tumbado sobre la mesa de su salón a la espera de que
un desconocido le practicase una incisión en uno de sus lóbulos con el exclusivo fin de
idiotizarle y de ridiculizar a Descartes.
-¡Pero qué
locura tan loca! - pensó poéticamente para sus adentros
- Bueno
- dijo el hombre misterioso mientras se
ponía en pie. Vamos a proceder.
Se dirigió
entonces hacia Juan, que era incapaz de pronunciar una sola palabra, y se ubicó
justo por detrás de su cabeza.
- Nervioso,
imagino...
No corría el
aire, el calor era insoportable. Se escuchaba a un niño corretear y reír en el
piso de arriba, indiferente a la tragedia que apenas un metro y medio más abajo
estaba teniendo lugar
Aquel hombre, abyecto y con ínfulas de cirujano, sujetó con una mano la cabeza de Juan y con la otra
sacó de su bolsillo un escalpelo.
- Cuando diga
veinte ya habrá terminado todo, ¿de acuerdo?
Y así fue, al
contar veinte, Juan abrió los ojos y se bajó de la improvisada mesa de
operaciones. No había nadie ahí. En el sofá, en vez de aquel hombre sentado,
había, metido en un bote de formol, su cerebro, más grande de lo que él en
realidad habría imaginado nunca.
Sin prestarle
demasiada atención, Juan se dirigió a la cocina. Se hizo la cena, miró un poco
la televisión, bostezó dos veces en un lapso de tiempo inferior a medio
minuto y, acto seguido, cual autómata, se fue sin más a dormir. Al apagar la luz de su habitación se acordó de que al día siguiente no tendría que madrugar. Sería sábado y, según dijo el
hombre del tiempo, haría un sol de justicia.
miércoles, 14 de mayo de 2014
¡Un sueño!
Al mirar al horizonte parecía como si se pudiese caminar por
el cielo o como si se pudiese volar por el mar, los diferentes azules confluían
justo ahí, en un punto determinado y muy lejano de todo lo visible en un día
radiante con suficiente luz para iluminar toda la oscuridad del infinito. La
lontananza era una raya tan larga, tan inabarcable a primera vista, tan
trágicamente eterna, que le concedía ese aura de magnificencia que tal vez
solamente la luz crepuscular irradiada en el cielo de un bello, triste y
decadente atardecer podría parcialmente llegar a interponerse a su belleza,
justo como lo haría un diamante a
la juventud perecedera. No se oía más
que el rumor de las olas, al mar batiendo su cólera contra las rocas de un
acantilado. El resto era un silencio, un cautivador silencio que a uno le hechizaba
nada más escucharlo. Era un silencio que tenía que oírse. Cuando algo es
perfecto tiende a ser lo contrario de lo que su naturaleza le exige. Se oía,
pues, por cada rincón, por cada tramo que uno afinase el oído, aquel arpegio
maravilloso que sonaba como una música celestial tocada por el mayor virtuoso
entre los Dioses de los Dioses. El viento soplaba con fuerza, con tanto ahínco
que se veían volando, porque habían sido arrancadas, algunas copas de sus
árboles. Las farolas trazaban en el camino una temblorosa luz que al llegar a
la altura de los cedrales parecía que los lamiese en un acto de exacerbada
concupiscencia. Eran, también, perfectas las farolas, por eso iluminaban en un
día claro como aquel. La vida, reconcentrada en un puño, a punto de ser arrojada
y sumida al olvido, perdía poco a poco, lacónicamente, cada una de las realidades
que la conformaban. Las estrellas, las montañas, la sal de los cuerpos...Todo
se iba pareciendo cada vez más a un sueño embriagador, a una especie de locura soñada
por algún tipo de ser proveído de una sensibilidad especial. Nadie más podría
haber imaginado la sombra de una gaviota en forma de caballito de mar, lo
absurdo afloraba a cada paso, el sinsentido lo envolvía todo, dejando el
sentido al desnudo en medio de un erial tan salvaje que solo la pavesa de un
fuego apacible y renovador le hubiese salvado de convertirse en mera y pobre
tierra baldía, como así fue, como así dejo constancia que fue justo antes de
que un gallo cacarease al deslumbrarle el primer rayo de sol.
jueves, 8 de mayo de 2014
Nuevo mundo
El primer día las cosas y la vida dejaron de ser cosas y de
ser vida, perdieron sus contornos y sus formas así como cada una de las líneas
que las componían, de manera que ya no era posible distinguir nada. Las volutas
del humo parecían etéreas mariposas y los ceniceros turbios urinarios de un
antro cualquiera. Fue como si de pronto todas las cosas se desprendiesen de su
esencia, de aquello que, a la postre, las permitía seguir siendo algo. El nuevo
mundo, pues, comenzó así: desdibujándose todo lo que tanto al hombre le había
costado aprender. Lo sucedido fue una especie de regreso al origen, como si un
compás llevado por una mano invisible trazase en un instante una minúscula
circunferencia. Nadie se sorprendió, todo ocurrió con sorprendente naturalidad,
de la misma forma que amanece cada mañana o que los gallos cacarean con el
primer rayo del sol. En consecuencia, el lenguaje fue progresivamente
careciendo cada vez más de sentido, ya no era posible hablar en rigor de un
árbol o de un mero coche, pero es que pronto fue imposible hablar de
absolutamente nada. Todo tenía que volverse a inventar, la tierra se convirtió
en un planeta virgen en el que hasta un escarabajo, o mejor dicho, lo que anteriormente
se conocía como a un escarabajo, podía erigirse el amo del mundo. Nadie aquéllas
primeras horas se atrevió a emitir el más ínfimo de los sonidos.
Al segundo día brotaron de la tierra, en vez de plantas, las
llamas de un incendio terriblemente devastador, como si Dios, o quien fuese el
pirómano causante de aquel fuego terminal, desease acabar con los restos de
conciencia que todavía impregnaban algunos lugares del mundo. El alma, dicen,
es eterna, tal vez la mayor invención creada por el hombre, una patraña, la
excusa perfecta para contener el pecado mediante la promesa, tras la muerte, de
un doloroso castigo. Y qué absurdo es eso, ¡temer a lo que vendrá tras
convertirnos en nada! El vacío, eso es lo que vendrá, un infinito vacío que jamás veremos ni jamás podremos recordar. La
vida, en vez de extinguirse, en vez de palidecer y de abandonar ante la iniquidad
fraguada, se convirtió en algo distinto, porque la muerte ya no tuvo lugar. Las
llamas, lejos de calcinar al hombre, lo atravesaban sin más, igual que el león
cuando salta y pasa a través del aro en un circo. El calor se hizo
insoportable, el fuego lo abrasaba todo, pero en el fondo el tiempo seguía
pasando igual que antes, ausentes los minutos y los segundos del drama
escenificado, ¿se puede decir que algo ocurre si sucede al margen del tiempo?
Nunca antes se había visto algo parecido.
Al tercer día las personas despertaron de su letargo y
despavoridas salieron a la calle y empezaron a correr sin saber ni a donde ni
el porqué. Corrían seguramente por hacer algo, quizás por dar los primeros
pasos sobre el suelo de un nuevo mundo. Tenían aquellos hombres la oportunidad
de ser libres, eran ignorantes y eso les convertía en afortunados, podían hacer
lo primero que les pasase por la cabeza sin pensar en sus consecuencias. ¡Las
consecuencias todavía no existían!
La vida fue hermosa al cuarto día y también en los sucesivos
hasta que, al cabo, las cosas empezaron a cambiar. La libertad es un tesoro
envenenado que nos lleva a la esclavitud, ser libres y racionales nos condena a
la servidumbre, a la necesidad de hacer algo que no queremos por obtener algo
que no deseamos. La libertad es un impulso, nada más, y los impulsos los
detienen las leyes. Pronto empezaron a dictarse códigos de comportamiento y se
eligieron a ediles que guiaran al pueblo ahí donde fuese. Tememos el caos
porque el caos no es racional. Amamos tanto a nuestra inteligencia que, por complacerla,
somos capaces de arrojarnos al abismo.
Pasaron casi mil años y ya casi nadie recordaba aquel día en
que todo comenzó de nuevo, casi nadie sabía la historia de un incendio cuyas llamas
atravesaban a los hombres ni de un mundo en que las mariposas y los ceniceros
diluían sus líneas para convertirse en una misma cosa. Solamente algunos se
daban cuenta de lo que verdaderamente ocurría. De nuevo, volvían a caer en la
misma trampa, la vida se convertía otra vez en la misma miseria, en la misma
decadencia de la que ya provenía… No era
necesario reseñarlo. ¿Para qué? Hiciesen lo que hiciesen estaban perdidos. La
misma historia se repetiría una y otra vez.
jueves, 24 de abril de 2014
Canto a un USB
Tienes forma
de hombre pero eres un simple USB. Pese a tu forma de hombre no eres más que
eso, un simple y mero USB. Me pregunto si algún día podrás plantearte algo
parecido sobre mí, si llegará el día en el que tú u otros como tú os
cuestionéis sobre nuestra supuesta complejidad, y digo supuesta, perdona,
porque todavía no se ha demostrado que podamos ser mucho más que seres
pensantes que no atinan en pensar bien.
Pero volvamos
a hablar de ti, de ese color granate que, me consta perfectamente, paseas por
tantos y tantos puertos, de esos ojitos diminutos y cuadrados que sé muy bien
que no miran, que ni siquiera atisban, ¡pero si no son ni ojos! Probablemente detrás de ellos solo haya un
circuito incapaz de sentir la más vaga de las sensaciones. ¿Te voy a culpar por
ello?, no querido, no puedo menospreciarte por ser ajeno a tu vida, al fin y al
cabo, ¿no lo somos todos, ajenos a nuestras vidas?
¿Sabes?,
siempre me ha gustado la antropología, pienso a menudo en aquello que nos hace
distintos a unos hombres de otros, y todavía no sé lo que es, no acierto a determinar cuál es la razón que justifica
el eterno debate sobre la diversidad y otras pamplinas, permíteme que lo diga
así, de forma tan basta. En mi opinión
la naturaleza no es problemática, no encierra nada porque sencillamente es lo
que es, lo demás son conjeturas, explicaciones que sí, es cierto, podrán dar
cuenta de mucho, o tal vez de nada, ¿pero vale la pena seguir por ese camino?
Qué vas a
responderme tú, que no tienes ni boca... Por otro lado, eres capaz de almacenar y de disponer de
mucha más información que yo... Te confieso que apenas he sido capaz de
aprenderme a lo largo de la vida tres o cuatro poemas de poco más de veinte
versos. Mi memoria se desvanece cada mañana, cuando despierto y me doy cuenta que
ya no recuerdo ni quien era ayer. A vosotros, lo sé, no os pasa lo mismo,
estáis programados, no podéis ser menos de lo que simplemente sois, pero quizá
algún día las cosas cambien y os hagáis con el mando de la situación. Entonces
os compadeceré. Pensándolo bien, preferiría que fueseis vosotros quienes nos
gobernaseis, que fueses tú, concretamente, quien, en el más sepulcral de los
silencios decretases leyes y guiases al mundo a otro sitio, da igual, a
cualquier otro sitio distinto al que ahora nos dirigimos. Os cambiaría sin pensarlo por todos aquellos
que ostentan actualmente cargos de poder. El poder enturbia la razón, y por
suerte, tú, todavía no la posees.
A veces me
siento triste, pero supongo que, el que te diga esto, para ti, es lo mismo que
para mí cuando me dices que a veces te sientes 1, ¿qué sentido tiene que
hablemos? Tu lenguaje es distinto, desciende del mío, pero paradójicamente soy
incapaz de descifrarlo, me siento como un imbécil cuando tras concederme una
tarde de provechoso trabajo me doy cuenta que ni nos conocemos.
Te voy a
llamar César, ¿te gusta?, ya me lo dirás en un futuro, cuando en vez de
montañas y de mares tengamos infinitos pulsadores que camuflarán ingentes
circuitos de un mundo enteramente computarizado, cuando en vez de la corteza,
del manto y del núcleo de la tierra quepa hablar más bien de su sistema
operativo y de su última actualización. El mudo, créeme, será eso, el más
increíble ordenador que jamás el hombre haya conocido.
Te dejo ahí,
César, ¡qué ilusión me hace pronunciar tu nombre!, que sigas sosteniendo sobre
tu testa esa especie de cuadrado que tan bien te sienta, como si fuese un
sombrero a la última moda que impidiese que de tu cabezita se escapasen tus más
descabelladas ideas.
martes, 15 de abril de 2014
Un vistazo desde el alma
Me miras
sonriendo, eras un poco más joven, pero si te digo la verdad casi no has
cambiado nada. Continúas teniendo la misma mirada, tan clara que uno piensa que
nada malo pudiese salir de esos ojitos, de esas estrellas que tanto brillan
cuando te ríes.
Estás sentada
sobre una piedra abandonada entre arbustos. ¡Cuánta vegetación!, parece que
estés en el cielo de los bosques, esperando tal vez que algo ocurra, o aun
mejor, quizás no esperas nada, sonríes y eso es todo. Las cosas siempre
deberían ser así, tan simples como parecen. ¿No crees que no vale la pena
complicarse tanto cuando tenemos en nuestras manos hacerlo fácil?
Llevabas un
peinado distinto, casi no me acuerdo de cuando te hacías la raya en medio y te
caían esos dos mechones a cada lado de la cara; te concedían a la expresión un
aire juvenil, como de niña que todavía sabe que no es mujer y que aun puede
jugar con su expresión sin importarle los prejuicios ni la insensatez que nos
gobierna a menudo a los adultos. Creo que ese día hacía un poco de viento, pero
quizás me equivoco. Me fijo en alguno de tus cabellos y me da la sensación de
que están en otro sitio, como si el aire los hubiese recolocado ahí, tratando
seguramente de hacer brotar la
espontaneidad, de estrujar hasta la última gota de vida al instante.
Tienes las
piernas cruzadas, ¿Cómo es eso?, nunca te ha gustado estar con las piernas
cruzadas, siempre me has dicho que eso es lo peor, que no es bueno para las
rodillas, que es una posición incómoda y no sé cuantas cosas más. Para ti no
hay nada peor en el mundo que aquello sobre lo que en un momento determinado hablas
de manera subversiva. ¡Eres adorablemente exagerada!
Te quiero,
pero eso no tiene ningún mérito, créeme. Lo difícil, lo realmente encomiable,
sería no quererte, claro, si es que, como dicen, en lo imposible se encuentra
el mérito. Yo lo dudo, opino que la esperanza se halla en que un día podamos bucear
en lo trivial y sentir que hemos vencido nuestros miedos, en que no temamos gritar
bien alto que somos felices por tener poco, por no haber recorrido mundo, por
apenas tener un piso pequeñito donde sí cabemos nosotros pero en cambio, nuestros
recuerdos, como el excesivo aire en un globo, puede que casi derriben las
paredes. La esperanza, como te digo, se halla ahí, si a cambio, por supuesto,
aprendemos a valorar lo esencial, es decir, si comprendemos que el amor es lo
único que mueve al mundo, ¿no te parece?
Te sigo
mirando, no te creas que no. Te tengo justo enfrente. Tienes los brazos caídos,
en reposo, como si la gravedad los atrajese especialmente a ellos mientras el
resto permanece inmutable a cualquier ley. Tus manos parecen más lánguidas, y
también más blancas, de una fragilidad seguramente propia de la inexperiencia.
El tiempo nos hace más fuertes. Ahora que caigo, ¿no fue aquel el verano en que
te pusiste tan morena? no lo sé, los recuerdos se agolpan en mi cabeza y la
verdad es que, como bien sabes, nunca he sido capaz de distinguir nada en el
tiempo, para mí fue ayer cuando salté contigo en brazos un charco y nos caímos
los dos al suelo... ¿cuánto hará de aquello?
Veo también una botellita de
agua, creo que está vacía, a menudo llevas contigo una botella de agua. Siempre
me ofreces, me dices que es muy importante hidratarse, y yo, de primeras, te
contesto que no quiero, pero luego vuelves a preguntarme - ¿seguro?-, y yo
cedo, me das la botella y bebo uno o dos tragos. Reconozco que, aunque sea un tozudo y
me cueste admitirlo, tienes razón en muchas de las cosas que me dices. ¿Por qué
me gustará tanto llevarte la contraria?
No hace falta que siga
mirando a la fotografía, me la sé de memoria, además, te veo aunque no te mire.
Amor, podría verte aunque dejase de ser yo, aunque ahora mismo dejase de
respirar. Porque a los seres que se quieren, cielo, se les ve con el alma y no
con los ojos.
lunes, 14 de abril de 2014
Ni tiempo ni distancia
La distancia
no es un motivo por el que las cosas puedan llegar a cambiar realmente, ni tan
siquiera una excusa que pueda usarse ante la confusión que causa siempre lo
novedoso. En el fondo, la distancia no es nada, solamente un poco más de lo que
habitualmente nos separa, una grieta ensanchada que tiende algunas veces a
operar en nuestra memoria. Sin quererlo, entonces, recordamos, nos vemos
jóvenes cuando por error, distracción, o simple nostalgia ataviada con un manto
negro, de una tela extraña, rememoramos aquél que éramos una o dos semanas
atrás, apenas cuando la herida que nos hicimos mientras cortábamos una rebanada
de pan empezaba a cicatrizar. ¡Como si pudiésemos envejecer tanto en unos días!
!como si el climaterio pudiese llegar de repente y mermar de golpe todas
nuestras condiciones!... Parece mentira, pero algunos sienten que en unas horas
les resulta más difícil respirar el aire. Son ellos quienes se convierten en
siervos de su contradictoria insurrección, quienes son impulsados a la desidia,
quienes, a la postre, no pueden verlo todo como un continuo sino como un camino
eterno de infinitas rocas arrojadas al océano...¿Qué sentido tiene fragmentar
lo que no es más que una misma cosa?, ¿Por qué nos empeñamos en lo contrario si el contrario de lo contrario
es siempre la opción más simple? Creemos ver en lo irreversible la prueba
definitiva del paso del tiempo igual que vemos en la ausencia la última
evidencia de la distancia; que absurdo. ¿Acaso cuando en un día ventoso el
oleaje rompe con fuerza contra las rocas sobre las que se alza una valla que
separa dos fronteras, no escampa su espuma en todas direcciones? y en el fondo,
¿no somos lo mismo nosotros...? Si miro a mi derecha veo a través de la ventana
a las gaviotas, aquí forman parte del paisaje, son uves que vuelan en círculo.
Majestuosas, se inclinan y descienden un poco. Casi empiezo a distinguirlas,
puedo mirarlas durante largo tiempo, quedarme ahí, frente al cristal, embobado,
esperando a que no termine nunca el espectáculo... Rara vez aletean, quizás es
por eso que me fascinan, porque vuelan sin volar, como si llevasen dentro suyo
un motor que las sostuviera en el aire y también las propulsase. Los días son
hermosos, grises pero de una belleza inenarrable. La neblina desdibuja las
montañas, concediendo a la bahía el color del espejismo... parece, por las
mañanas, al despertar, que siga el mismo sueño de la noche. Todo permanece exánime (si lo exánime, claro,
puede permanecer), parecido a lo que esperaríamos encontrar si llegásemos al
interior de nuestro ser. Pero lo que digo son solo palabras, nada que tenga en
verdad algo que ver con lo que son las formas, las tonalidades, el olor, los
vestigios de un lugar, las palabras sirven para crear un universo pero no para
trasladarnos a él. Jamás podré andar por
Macondo.
Y aun así a veces pienso en ellos; sigo estando en el mismo sitio donde me vieron por última vez. No se puede morir sin morir de verdad... Yo les veo a menudo, y les hablo, les hablo igual que un loco hablaría a su sombra, pero yo no estoy loco, yo les hablo porque sé que me escuchan, que el alma de las cosas es lo que en verdad perdura, y que eso no se disipa ni tras la niebla ni tras la nada. Ruge el viento, tan fuerte que lo arrastra todo a su soplo, la ropa tendida de la casa de enfrente parece que corra despavorida intentando escapar de algo o de alguien. Yo sigo aquí, sentado en la silla de mi escritorio, aun un poco abochornado, absorto por la inconsistencia, por la fragilidad de cada pensamiento que pasa ahora por mi cabeza. Escribo, releo lo que escribo y me pregunto: ¿tiene algún sentido? qué más da, prefiero no responder a eso, seguir en la duda... de todas formas, mañana será el mismo día.
Y aun así a veces pienso en ellos; sigo estando en el mismo sitio donde me vieron por última vez. No se puede morir sin morir de verdad... Yo les veo a menudo, y les hablo, les hablo igual que un loco hablaría a su sombra, pero yo no estoy loco, yo les hablo porque sé que me escuchan, que el alma de las cosas es lo que en verdad perdura, y que eso no se disipa ni tras la niebla ni tras la nada. Ruge el viento, tan fuerte que lo arrastra todo a su soplo, la ropa tendida de la casa de enfrente parece que corra despavorida intentando escapar de algo o de alguien. Yo sigo aquí, sentado en la silla de mi escritorio, aun un poco abochornado, absorto por la inconsistencia, por la fragilidad de cada pensamiento que pasa ahora por mi cabeza. Escribo, releo lo que escribo y me pregunto: ¿tiene algún sentido? qué más da, prefiero no responder a eso, seguir en la duda... de todas formas, mañana será el mismo día.
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