El ciclomotor echó a volar cual gaviota que de pronto decide
ir a pie por el monte. Desplegó sus alas y alzó el vuelo... Ni la espesura de
la noche, ni el frío del invierno, amansaron sus ansias... Las estrellas eran
como luces restregadas por una especie de criatura mitológica. Sonaban las
campanas, sus tañidos golpeaban contra la calma inmersa en los arrabales... Y
él lo veía, observaba, desde la altura, a sus viejos compañeros, todavía a
aquellos pequeños ciclomotores que no habían aprendido a volar. Se apiadaba del
servilismo del que él antes también pecaba, de la soledad que padecían sus
camaradas, ahí, abandonados en la calle, tal vez ajenos a la realidad que
forzosamente les constreñía. Y desde la tierra, cualquiera que mirase al cielo,
vería un cuerpo "desmundado", una cosa apartada... Un misterio
desterrado que lograba pertenecer desde la nada. Como quien muere en vida, pero
al revés. A cada instante, quedaba fascinado y sonreía. Parecía que ocultase un
dolor inmenso. Recordaba, remotamente, las carreteras, igual que un eco muy lejano y
apenas perceptible. El asfalto era distinto. Los callejones, que tantas veces había
recorrido hasta ayer, eran diferentes, como aparecidos por arte de magia tras
inspirarse un brujo en su imprecisa memoria; lugares
extraños y destartalados. Míseros retazos de una verdad reinventada. Después
quiso recorrer la luna y los demás planetas, orbitar por la galaxia como una
nave sin rumbo en medio del infinito... Posiblemente fue un suicidio
premeditado; y aun y así no le importó. Dejó una examine estela. Un vago
recuerdo unido para siempre a una noche inconcebible.
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