domingo, 7 de abril de 2013

La Banca y el Gran Milagro del Siglo XXI


Cuando la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre comenzó a imprimir billetes sin control hubo que tomar una medida de urgencia, el Ministerio de Hacienda y Economía decretó repartir a cada uno de los ciudadanos de su país la cantidad de un millón de euros. Eso sí, la aparente obra de caridad quedaba sujeta a una condición indispensable. Cada persona que decidiese optar al millón de euros debía permanecer sin comer hasta el momento de su entrega.

Se decidió que en cada provincia del país una oficina de una entidad bancaria concreta sería la encargada de repartir el dinero. Asimismo, quedó establecido que la histórica fecha tendría lugar a partir del día uno de agosto. Por último, y a fin de controlar el estricto cumplimiento de la condición de no comer nada hasta poseer materialmente la suma garantizada, se movilizaron a militares y policías de todo el territorio. Ellos, se dictaminó, juntamente con los cajeros que dispensasen el dinero, iban a ser los únicos que, por su labor desempeñada, no  permanecerían obligados a cumplir con lo estipulado en el Decreto del Ministerio.

Tal y como era de esperar, el mismo día en que se dio a conocer la extraordinaria noticia se formaron en todas las entidades bancarias escampadas a lo largo y ancho del país colas interminables de personas desesperadas que albergaban la esperanza de acertar por fortuna la oficina donde iba a producirse lo que se empezó a denominar "El Gran Milagro del Siglo XXI". Casi todo el mundo, aprovechando que la prohibición de comer no iba a ser efectiva hasta justo entrado el día uno, hacía cola provisto de una cantidad ingente de comida.

Sin demasiados incidentes, sobre todo en comparación a lo que sobrevino más adelante, llegó la hora en que se dieron a conocer las cincuenta entidades del país que iban a llevar a cabo la gesta. La migración fue un espectáculo incomparable a nada que hubiese acontecido con anterioridad, miles de accidentes de coche tuvieron lugar aquella jornada. Los heridos quedaron ahí, tirados en la carretera. Nadie quería tener que permanecer varios días sin comer, se trataba de llegar a la oficina lo antes posible. No importaba nada, la muerte era un precio justo que algunos debían de pagar.

El país entero quedó paralizado. El hombre jamás se había sentido más libre, más puro, más ajeno al prójimo...  Las previsiones más optimistas estimaban que la duración del acontecimiento iba a ser, al menos, de tres semanas. Los dos primeros días transcurrieron en relativa calma. Nadie osaba hacer trampas, la gente se sentía vigilada por los militares, no valía la pena arriesgarse y perderlo todo. Muchos fueron los que, tras más de setenta horas de interminable espera, perdieron el conocimiento, pero ni siquiera los familiares más directos de los desfallecidos querían hacerse cargo de ellos. La única realidad que contemplaba cada individuo era la de seguir avanzando en la cola, continuar adelante, aproximarse minuto tras minuto un poco más al ansiado millón de euros. Todo había perdido trascendencia, era como si la vida hubiese terminado, como si el hecho de que toda la masa deseara lo mismo desfigurase las demás cosas, también las aparentes banalidades que, en cualquier otro momento, hubiesen hecho sonreír a más de uno. Transcurrida la primera semana, eran pocas las personas que aun se tendían en pie, el sofocante calor del verano empeoraba mucho las cosas. Por lo visto, no comer, no era por sí sólo una muestra suficiente del amor al capital.

Al fin, llegó el día en que ya apenas hubo trabajo. El veintidós de julio terminó la tragedia. Murieron muchas personas. Se computaron en todo el país hasta quince asesinatos. Se podría afirmar, salvo porqué un ciudadano, el último en entrar en una oficina de una provincia costera, se quedó sin el millón de euros, que todo ocurrió según lo predicho por el Ministerio de Hacienda y Economía. Al pobre hombre le dijeron que las previsiones habían sido inexactas y que no tenían si quiera ni un céntimo para darle. Sucumbió ahí mismo, delante del mostrador.

Pasaron más de dos meses, era octubre cuando ocurrió el último incidente del que se tiene constancia relacionado con "El Gran Milagro del Siglo XXI". Por lo visto,  Carlos, así se llamaba el hombre que se quedó sin el millón de euros, logró ser feliz. Pese a ser la única persona pobre de todo el país, dicen, poseyó intactas sus ganas de vivir y de seguir adelante... Un grupo de cinco encapuchados le asesinaron.

Esta es la historia de una época que fue gris. Murieron miles de personas, pero la banca, qué duda cabe de ello, salió victoriosa y alentada gracias a su magnanimidad exhibida durante los veintiún días que duró aquel cínico espectáculo.

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