Permanecía quieto entre
rarezas, absorto en diminutos pliegues que colgaban de un firmamento tan vasto
como la memoria de toda la humanidad extendida una y otra vez sobre un círculo
vicioso. No deseaba cambiar nada, de hecho, de nada se hallaba seguro, no
quería cambiar la vida, sino esperar a que tal vez la vida le cambiase a él...
Algunas noches hacía
demasiado frío como para persistir inmutable en aquel lugar tan tenue y aterrador...
Del aire, brotaban a menudo en mitad de
la noche los aullidos de una mujer que padecía. Todo era como debía ser, ¿qué
otro plan, para él, iba a esconder un sitio como ese?
En más de una ocasión
escuchaba las voces de los otros, de
aquellos que imaginan que tras el caos hay un cosmos resplandeciente, una
solución a cada tramo de vida, a cada amargo resquicio de la tierra, como si el
azar solo fuese digno de un mundo místico e ignorante... Él, en cambio, afirmaba
que las causas no eran tales sino meras conjeturas que terminarían
desvaneciéndose...
Un día, por casualidad, vio
su rostro reflejado en el espejo del tiempo. Fue entonces cuando observó por vez
primera, después de muchos años, su ajado y marchito semblante. No quedaban
sombras de aquella cara infantil, de la
inocencia de la primera mirada, de la incultura o de la idiotez... No quedaba
nada del animal que fue en su origen. Sólo vio, y tiritando, a un hombre
domesticado, a un ser encerrado en una jaula incapaz de pronunciar una palabra,
a alguien enfrentado en un dilema contra su propio ser... Un soplo de aire frío
acarició sus tibias mejillas, aliviando
así por un instante la incoherencia tan vasta que, súbitamente, terminaba de
invadir a su razón.
La espera había sido
infructuosa, un estado de inercia tan absurdo que lo único que lamentaba era no
poder comenzar de nuevo...hallarse tan lejos del principio, tan arraigado a su conciencia,
que ya nada ni nadie le permitía volver atrás.
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