Quiero contarte como me
siento, o incluso un poco más, quiero que sientas mi piel, que puedas, casi, hasta
ver lo que yo veo, y escuchar el silencio que a cada instante, que a cada
milésima de segundo que pasa, sacude a mi alma solitaria. Quiero que te
conviertas en mí, que puedas deslizar tus manos sobre el vacío y que su tacto, parecido
al de las alas de una colosal mariposa, te recuerde al sabor de mi aliento, al
perfume de una noche cuando, triste y tonto y apenas alumbrado por una luz que
ni existe , la miro lánguidamente tras el cristal. Y quiero que escribas lo que
yo escribo, y que los dos nos dejemos de ridiculeces; ¿aunque acaso no es todo
una espantosa ridiculez? Quiero que seamos la misma naturaleza, que cuando yo
mire a las estrellas tus ojos se inunden del color del cielo a la medianoche,
que es el color de mis pasos -o tal vez de los nuestros- cuando intento avanzar
y no avanzo. El mundo se hace muy pequeño, ¿no crees?, muy pequeño, tan pequeño
que a menudo sus versos chorrean por el borde. Después llueve mansamente, como
mansa es la poesía. ¡Estamos vivos!
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