martes, 15 de abril de 2014

Un vistazo desde el alma

Me miras sonriendo, eras un poco más joven, pero si te digo la verdad casi no has cambiado nada. Continúas teniendo la misma mirada, tan clara que uno piensa que nada malo pudiese salir de esos ojitos, de esas estrellas que tanto brillan cuando te ríes.

Estás sentada sobre una piedra abandonada entre arbustos. ¡Cuánta vegetación!, parece que estés en el cielo de los bosques, esperando tal vez que algo ocurra, o aun mejor, quizás no esperas nada, sonríes y eso es todo. Las cosas siempre deberían ser así, tan simples como parecen. ¿No crees que no vale la pena complicarse tanto cuando tenemos en nuestras manos hacerlo fácil?

Llevabas un peinado distinto, casi no me acuerdo de cuando te hacías la raya en medio y te caían esos dos mechones a cada lado de la cara; te concedían a la expresión un aire juvenil, como de niña que todavía sabe que no es mujer y que aun puede jugar con su expresión sin importarle los prejuicios ni la insensatez que nos gobierna a menudo a los adultos. Creo que ese día hacía un poco de viento, pero quizás me equivoco. Me fijo en alguno de tus cabellos y me da la sensación de que están en otro sitio, como si el aire los hubiese recolocado ahí, tratando seguramente de  hacer brotar la espontaneidad, de estrujar hasta la última gota de vida al instante.

Tienes las piernas cruzadas, ¿Cómo es eso?, nunca te ha gustado estar con las piernas cruzadas, siempre me has dicho que eso es lo peor, que no es bueno para las rodillas, que es una posición incómoda y no sé cuantas cosas más. Para ti no hay nada peor en el mundo que aquello sobre lo que en un momento determinado hablas de manera subversiva. ¡Eres adorablemente exagerada!

Te quiero, pero eso no tiene ningún mérito, créeme. Lo difícil, lo realmente encomiable, sería no quererte, claro, si es que, como dicen, en lo imposible se encuentra el mérito. Yo lo dudo, opino que la esperanza se halla en que un día podamos bucear en lo trivial y sentir que hemos vencido nuestros miedos, en que no temamos gritar bien alto que somos felices por tener poco, por no haber recorrido mundo, por apenas tener un piso pequeñito donde sí cabemos nosotros pero en cambio, nuestros recuerdos, como el excesivo aire en un globo, puede que casi derriben las paredes. La esperanza, como te digo, se halla ahí, si a cambio, por supuesto, aprendemos a valorar lo esencial, es decir, si comprendemos que el amor es lo único que mueve al mundo, ¿no te parece?

Te sigo mirando, no te creas que no. Te tengo justo enfrente. Tienes los brazos caídos, en reposo, como si la gravedad los atrajese especialmente a ellos mientras el resto permanece inmutable a cualquier ley. Tus manos parecen más lánguidas, y también más blancas, de una fragilidad seguramente propia de la inexperiencia. El tiempo nos hace más fuertes. Ahora que caigo, ¿no fue aquel el verano en que te pusiste tan morena? no lo sé, los recuerdos se agolpan en mi cabeza y la verdad es que, como bien sabes, nunca he sido capaz de distinguir nada en el tiempo, para mí fue ayer cuando salté contigo en brazos un charco y nos caímos los dos al suelo... ¿cuánto hará de aquello?

Veo también una botellita de agua, creo que está vacía, a menudo llevas contigo una botella de agua. Siempre me ofreces, me dices que es muy importante hidratarse, y yo, de primeras, te contesto que no quiero, pero luego vuelves a preguntarme - ¿seguro?-, y yo cedo, me das la botella y bebo uno o dos tragos. Reconozco que, aunque sea un tozudo y me cueste admitirlo, tienes razón en muchas de las cosas que me dices. ¿Por qué me gustará tanto llevarte la contraria?  


No hace falta que siga mirando a la fotografía, me la sé de memoria, además, te veo aunque no te mire. Amor, podría verte aunque dejase de ser yo, aunque ahora mismo dejase de respirar. Porque a los seres que se quieren, cielo, se les ve con el alma y no con los ojos.

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